Por Ana Herrera
“Dentro de veinte años estarás más decepcionado de las cosas que no hiciste que de las que hiciste. Así que desata amarras y navega alejándote de los puertos conocidos. Aprovecha los vientos alisios en tus velas. Explora. Sueña. Descubre”. – Mark Twain.
Es así como el poeta inicia su periplo poético por Latido íntimo, viajando, alejándose de los puertos conocidos, aprovechando los vientos alisios en sus velas, explorando, soñando, descubriendo. Un periplo que comienza en la ciudad de Tijuana para terminar en su Málaga natal.
Nos encontramos ante un poemario, que haciendo honor a su título, nos deja sentir el latido íntimo de Francisco Muñoz Soler en las circunstancias más diversas de su vida cotidiana. Un latido impregnado de nostalgia, de inconformismo a veces, de esperanza, de una profunda pena y, sobre todo, de un infinito amor.
Sus primeros sentimientos de anarquía aparecen acompañados de la lectura de Bukowski en una habitación de un cutre hotel de Tijuana. Allí dedica sus versos a la mujer que busca consuelo en la noche, reflexiona sobre la inutilidad de su recorrido por lugares diferentes (“Lugares en ninguna parte / para volver conmigo”) , y es consciente de que él está allí donde el dolor le llega ( “Se está donde el dolor / nos llega y nos domina”), para afirmar con entusiasmo que por encima de cualquier lugar del mundo está la relación de amor que se establece entre las personas, dejando aflorar así fuertes sentimientos humanistas (“Ningún lugar es para vivir / si no esperas / un beso, una caricia, / un gesto de cariño”). En el aeropuerto de México mantiene su recuerdo sobre el poeta que ha leído y se despide por fin de la ciudad. Y tras la llegada al aeropuerto Charles de Gaulle, pone rumbo a su añorada Málaga. Suena aún el eco de su voz para las gaviotas y el río de Tijuana, la ciudad de Pasamayo (Perú) y la belleza del paisaje que se asoma a las arenas del Pacífico.
De nuevo el latido amoroso del poeta se deja sentir ante la indefensión de su madre y de su hijo, materializada en la pérdida de memoria de aquella y el desarraigo de este. Con la anáfora “Cuánto dolor” y con la interrogación retórica “¿Para qué sirve ser padre? da rienda suelta a su inagotable sufrimiento. Y es el sentimiento amoroso el que le da fuerzas una y otra vez para soportar la terrible ausencia del hijo. Los poemas que siguen se centran en la enfermedad de la madre. Los detalles de su vida diaria enmarcan su lucha contra el mal, encarnado en la ausencia del alma materna. Termina este apartado temático con un poema dedicado a la muerte de su padre.
De pronto, toda la humanidad del poeta se vuelca en los temas de índole social para denunciar la opresión y la esclavitud del presente, al tiempo que aspira a un mundo irreal de bondad y compasión, recalcando la importancia del pasado y la capacidad del ser humano para transformarse.
Un nuevo paseo nostálgico por los vestigios de Cartagena de Indias, por sus calles miserables, y por la casa de Fayad en Guayos, antes de detenerse en profundas reflexiones sobre el ser humano, la caridad, la miseria, la injusticia, la codicia, la compasión, la crueldad, los dogmas, el fanatismo, la fe, la duda…, sin olvidar el uso de los recursos literarios usados con elegancia (“Como una nebulosa / me envuelve una información”). “Las acciones humanas se sustentan en el amor”, afirma contundentemente el poeta, que alza su palabra para defender la situación de la mujer gitana o pintar la felicidad de unos niños árabes y su abuela en un barrio deprimido.
Asoma entonces su sentido ético, sus dudas sobre la eternidad, el destino, el miedo y el vacío de la muerte, el conocimiento de sí mismo, la fe en el futuro, la pasión de sentirse vivo, el camino hacia la ancianidad, la importancia de los recuerdos y siempre el dolor, el dolor rutinario que lo envuelve como un pálido velo, por la enfermedad de su madre, por la ausencia del hijo, por la pérdida del amor que le lleva a evocar días gloriosos del pasado. Y entre tanto desconsuelo hay aún un lugar para la belleza del recuerdo en la Málaga de su infancia, para el amor por el mar que alimenta sus sueños, los instantes fugaces de su vida cotidiana, preparando un café, aferrado a sus lecturas (Ted Hughes, Camus, Cabral), sus respuestas teóricas sobre la esencia del artista y de la poesía, que para nuestro creador es “un espacio mágico de encantamiento y dimensiones que solo el ser humano es capaz de atravesar”.
Por último, afirmar que para Francisco Muñoz Soler la llegada de un nuevo año solo tiene sentido por su capacidad de amar, amor que se abre espacio en los sabores de su tierra malagueña, en el sol, la mañana, la casa, su Málaga querida. Y en los versos de “Templanza de tarde límpida” nos sumerge en la capacidad de gozar del presente y de lo presente, de su fe en la vida magistralmente expresada en su poética: “Esa pureza contemplo / en el paseo de la belleza”.
Que sea esa belleza el punto de conclusión de un paseo por los latidos íntimos de su esencia como ser humano y como poeta, con este, su poema:
TEMPLANZA DE TARDE LÍMPIDA
de sazón de luz precisa,
donde los colores aún se contienen
en el arrebato de su cenit
y el aire con murmullo tenue
extiende consistente los aromas,
esa pureza contemplo
en el paseo de la belleza.