Por: Carlos Santibáñez Andonegui (*)
Reseña poética a: Restauración y La Voz del Pensamiento, poemarios de Francisco Jesús Muñoz Soler, (Poesía 2009-2010), Ed. A Bordo del Polen, Editor Sponsor: Yuri Zambrano, Telaraña Editores (pról. de Jacinto K’anul), España, 2011.
Se ha dicho que la poesía es el arte de poner en juego la imaginación por medio de palabras. A esta definición adscribo el quehacer poético de nuestro querido autor Francisco Muñoz Soler, nacido en Málaga en fecha totalmente poética, nombrada por una palabra que pone en juego toda la imaginación humana y reclama la divina, es precisamente la palabra Nochebuena, dado que vino al mundo un día 24 de diciembre de 1957.
Si entendemos el poetizar como ejercicio de libertad valiente entre palabras, abriremos el tesoro multisecular y milenario de la poesía, a partir de vivencias como la de “Restauración”, de algo celosamente guardado, como testamento o herencia; la poesía como algo que se hereda, cuando se la cultiva con tesón y esmero, añade sobre todo a la vida, calidad de vida, y es antídoto de la “testamentaria lluvia ácida”, que nos han heredado pasadas generaciones, de la cual da testimonio el poeta desde el primer poema de: “Restauración”, cuyo análisis haremos en primer lugar.
El único arquitecto capaz de restaurar al mundo es la poesía. Única guía existente para la luz. Cuando se la distingue entre palabras, se convierte en don. Se da como expresión variable de una constante eterna, la belleza. El don es para todos, mas no así la oportunidad de transmitirlo y entregarlo, esto se le da a unos cuantos, entre los cuales se encuentra el poeta Muñoz Soler.
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*Carlos Santibáñez, poeta mexicano autor de: Para decir buen provecho (Liberta Sumaria, 1978), Llega el día vuelven los brindis (Oasis, 1984) Glorias del Eje Central (Nautilium 1993) Con Luz en Persona (Mixcóatl, 1999), y Ofrezca un libro de piel (Eds. Coyoacán, 2005), recogido en Asamblea de Poetas Jóvenes de México (Gabriel Zaid, Siglo XXI), Palabra Nueva (Sandro Cohen), Diccionario Bio-Bibliográfico de Escritores del INBA, entre otras publicaciones antológicas.
A quien vive poéticamente, y ya lo decía Perse: “vivir poéticamente es lo que cuenta”, la poesía lo elige como beneficiario, si bien, no como víctima. Son dos maneras estas últimas, de ser visitado por ella: a la primera se llega a través de un encuentro anhelado, forjado en intelecto; es humanismo, es bendición y de algún modo, Restauración. La segunda, visitación macabra, tormentosa, se da por el otro lado de la bahía, donde está el remolino, imposible nadar y lo habitual es riesgo, belleza maldita, lado trágico de la isla en donde la poesía elige a sus víctimas.
Hasta el momento, nuestro poeta es más un beneficiario que una víctima del quehacer poético. El ser es para él, la poesía ya rescatada del averno, que se toma por guía para ordenar la luz de todas nuestras luces, el ser que bien podemos heredar a los nuestros, definido en el poema mismo “Restauración” que da título al libro como la posibilidad real de doblegar el desaliento. Creo que los momentos más anclados a este norte, a esta vivencia de lo poético en tanto salvación y no tormento, se dan cuando el poeta evoca su paso cotidiano por los muertos. Sí, por los muertos. En “Esta mañana de temprano”, el protagonista del poema, el performador, o performista, aparca el auto cerca de la tapia del camposanto donde descansa su padre, se dirige al trabajo, y entonces, con esa exactitud de nombrar lo bello sin palabras etiquetadas como bellas, sin marca de L’Oreal de París, diríamos, refiere haber dejado el auto aparcado cerca de aquella tapia, “cuando el alba estaba aún soñando…” nombrar así lo poético, sin alambiques ni adornos ha sido el don de poetas de una generación: el 27, trasfundir lo cotidiano en eterno, algo que Muñoz Soler ha abrevado en La razón de amor de un Pedro Salinas, en Las islas invitadas de un Manuel Altolaguirre, en el Manual de espumas de un Gerardo Diego, y entonces el poeta cerca de su padre muerto, pero fresco, en el camposanto que pasa cotidianamente de camino al trabajo, expresa como si no quisiera darle importancia: “Siempre aparco por allí”… Lo dice así tan girito, como quien no dijera nada, cuando uno sabe que por aquel allí ha debido aparcar Juan Ramón para gritarle a la inteligencia: “Dame el nombre exacto de las cosas”, que a unos metros de aquel aparcamiento no en espacio físico sino en sede de inmortalidad, ha debido dejar el carro un Gerardo Diego para plantear: “Yo que me paso la vida/ ante la primavera a ver si la convenzo”. En este sitio airoso que afortunadamente sí existe, continúa el poeta Muñoz Soler su edificación poética, nos pinta ahora a su hijo, que a veces junto al árbol, le dice: “el abuelo está descansando”, tan convencido, que el poeta “da por hecho que sabe de lo que está hablando”. Son momentos de Restauración que pasan por la muerte, y hay más, el cúmulo de días que se nos van y no volverán, a los cuales llama él “días reglados”, el transitar por pérdidas que acontecen en todos y cada uno de ellos, por ese tiempo perdido que entrevuela el colibrí dando razón de los ausentes, pero también por esos días que, siguiéndolo al poeta, uno “deja a buen recaudo en las esquinas del barrio”, o por aquellos otros en que se afronta con firmeza el sufrimiento para vivir con dignidad. La calidad de vida que alcanza el poeta a través de su Restauración, huye de la miseria, la verdadera miseria que no es la material, sino la espiritual, y a todo trance va por la confianza, más allá del saber y el no saber, hacia el ser que consiste en doblegar el desaliento, por el valor del lenguaje heredado de unos a otros, para un recipiendario mayor: el pueblo, las mayorías. Lo que Borges decía que el poeta es justamente, un delegado del pueblo, cobra vigencia en el poeta que hoy nos ocupa, a quien la poesía no lo ha hecho su víctima, sino apenas su beneficiario, su flor, para decirlo con un título de su directorio poético: Una flor erguida, que así se llama una antología que nos lo entrega a él, a través de las ediciones Paracaídas, en Lima, Perú, en 2010. La más formidable restauración del deterioro de los días, del imperceptible deterioro de los días, que anuncia el poeta, es, para mí, una noción muy especial, plástica a la que él llega, la de “aurora propia”. El mejor color es el que hubo alguna vez en sí mismo, precisamente al amanecer, donde el dolor es superado y la guía espiritual se hace patente, porque amanece.
Es ahí donde el poeta escucha lo que da título al segundo de los poemarios que nos ocupa, La voz del pensamiento, que ocupa la siguiente parte de nuestra revisión. Si la palabra es formación rocosa, calcárea erguida por miles de años, hay todavía una voz más urgente y a la vez más remota, que la trasciende y la provoca, y esta voz es la conciencia. Tal es la llave del pensamiento, “magma de impulsos eléctricos”, asumida como un sueño o fuente sin fin, donde se producen aquellos zumos de excelencia que distinguen al hombre del reino animal. El son cabalga con toda su fuerza por este camino interno, que va del galope de atávicos orígenes, al suave tintineo de las esencias. Se percibe el trabajo silencioso de labrar significados a fin de desmentir la nada en que jamás hay que sumirse. Todas las madrugadas laten al pulso de la vida, y es en estas “Vivas Mañanas”, donde el alma debe abrazar y rescatar todos “los aprendizajes que se fueron”.
Reptar en jungla tropical lluviosa, para después llegar a un “breve claro”, en donde el poeta Muñoz Soler se muestra fiel a la tradición de otro de sus títulos: “La claridad asombrosa”, (aparecido en la Editorial Voces de Hoy. Florida, USA). En efecto, ¿qué es la lucidez sino un claro destino de hallar la luz? La luz en todas sus formas, desde el magnífico “rojo seductor” que nos llama, al cual podríamos asimilar como la luz bella, es decir luz-bel, el diablo, la trampa de la liviandad que estrangula. “Desde la lejana cercanía de la sangre”, hasta los “sosegados, magníficos ensueños”, todo es avance que a su paso engendra certezas, visitación poética, todo es búsqueda, atalaya que ilumina, para citar al poeta: “la cara oculta de los seres”. Por supuesto se asoma al abismo, pero no es devorado por él. Así en “El Fondo de nuestros ecos”, refiere un accidente donde su hijo va de copiloto con él a bordo de un vehículo serie limitada C-4, y está a punto de perecer calcinado en un incendio, pero se salva milagrosamente. La explicación tramonta otro poema: nosotros los humanos creemos dirigir el cuerpo a voluntad, por no decir a capricho, pero es “la realidad quien nos sitúa y clarifica”.
“¿Qué será de la voz del pensamiento”, se pregunta el poeta. “Todos llevamos una Alejandría dentro”. Se trata de una misión, que es la de reconocerse a sí mismo, en la voz de los demás, y acudir al llamado de los demás, en la propia voz. El adjetivo más afín a ella, es “incansable”, porque está de hecha de una madera tal que soporte “los entramados del hombre que se perderá en lo obscuro”. Por ello Francisco Muñoz Soler es, ante todo, un poeta en resistencia. Miembro fundador del movimiento literario: “Poetas en resistencia”, Guantanamera, vibra con los colores del pensamiento para volverlo celebración y homenaje al color, a la consejería de los epígrafes, a Camille Claudel desde la pila de agua bendita, al “plenilunio del agudo detalle”, y la sangrienta luna de Borinquen.
El que rinde homenaje se encumbra a sí mismo, motivos tiene de loa, hasta volverse él mismo homenaje. También aquí una vez más se aleja del abismo del horror, siendo beneficiario y no víctima, de la poesía, la cual se percibe como aliento gustoso y calidad de vida. La fórmula que le permite alcanzar su tarea, ahora es la humildad, saberse parte de un todo, desde donde procura transitar el sendero del sentido común, y recomienda “adelgazar nuestro yo”, aligerarnos del mismo para hacer del arte un verdadero espacio conector de conciencias. En este punto retoma a Saramago: “Todo lo que llevamos está dentro de nuestra cabeza”. Es preciso cruzar “el mundo opaco, esperándonos para recoger/ la esencia de la voz/ en la que nos reconocemos”, concreta en el poema llamado justamente: “En nuestra cabeza”.
Así vamos llegando al total de este mensaje; Borges establece: “Yo también soy un sueño profundo que dura/ unos días más que el sueño”. Nuestra tarea consiste claramente, en: “transmitir pensamiento”, pulir las aristas en el entorno en que nos encontremos, siempre sabiéndose hijos del espíritu de una época donde habremos de dejar una señal, una voz, que es la voz del pensamiento y a la manera de Kant, la mejor huella, tal vez la única que realmente vale, cuenta, y nos define, es la de querer hacer el bien. Por eso en el poema “Senda de Vida”, recomienda la sabia sencillez, para nutrir el pensamiento, y es dentro de una senda así que se mejora el pensamiento. Una meta es empezar por mejorar el pensamiento, clave de toda vis formativa como primera cosa que uno hace para mejorar la vida, es mejorarse uno primero en pensamiento, brillando en todo su esplendor el epígrafe de Fray Luis de León que reza: “Y, como se conoce, en suerte y pensamiento se mejora”.
El que así piensa, ha creído, no puede dejar de creer, “ojalá en Ítaca, esté Afrodita”, diosa del amor y actualidad de la mujer eterna que persigue el poeta. Si teme a la muerte, la esperanza le arranca su mejor sonrisa, con el hondo dulzor de las cosas que se esperan, su saber es benéfico, es de un beneficiario de la poesía para volar la llama de la velada voz del pensamiento, claridad resplandeciente en el nexo en que el todo universal, lo hace conciencia suya y él vive de verdad, desembarca en ese “sin fin de orillas/ de vorágines redentoras llamada Eternidad”, vive y pone en nuestras manos su libro para que vivamos de verdad, nos lo deja con todo el amor del mundo, y a su gestante voz como hilo conductor en las Estigias donde el volver no existe, y todo es esta noche, este minuto que pasa y se nos queda, esta verdad redentora en forma de libro que alzamos y apretamos para poderle decir: ¡Gracias, poeta!