Si llovieran palabras, el poeta abriría el paraguas al revés para recoger en su bolsa inversa toda la mayor cantidad de ellas. Luego vendría la selección de las más apropiadas de acuerdo con la arquitectura constructiva. Es decir, selección entre el paradigma conocido y la habilidad en su combinación sintagmática. Es esa la clave del estilo. Y todo este entramado creativo lo conoce muy bien el poeta malagueño Francisco Muñoz Soler.
Los poemas que conforman esta antología, que el propio autor ha seleccionado, contienen, casi todos, una unidad centrada en su propia persona, sin que sea forzosamente un confesarse a modo de autorretrato, sino subrayando su capacidad de presentarse ante el espejo del mundo, desplegando su personalidad y manejando palabras encontradas en el cofre de sus emociones. Emociones que le llevan, incluso, a improvisar versos y versos, encadenados lógicamente en un decir y decir hasta un final muy bien cerrado y, a veces, poco esperado.
Muñoz Soler es un poeta con ansias metafísicas, a la búsqueda de su propia personalidad, sin angustias ni resentimientos de tipo social. Es poesía personal, centrada en el yo lírico y en ese mundo íntimo que quiere manifestar como testimonio de su existir. Y toda esa intencionalidad lírica está construida por medio de un diluvio de palabras que acuden a su mente y a su pluma dispuestas a seguir el ritmo más interior, el ritmo del verso libre que elude la poesía “gota a gota pensada” como “un fruto perfecto”, tal como escribió Gabriel Celaya en su conocido poema “La poesía es un arma cargada de futuro”. Y el arma con que nos apunta el poeta malagueño en esta Antología es, fundamentalmente, el verso libre, el verso sobrevenido, el verso casi improvisado, sin corregir apenas. Es esa la sensación que produce en el lector: la emoción y la idea dominadas por los universales estéticos, fácilmente reconocibles por todos lo que posean sensibilidad y se dejen llevar por la secuencia sintáctica más espontánea y sugerente.
Sabemos que hay dos formas de concebir la arquitectura poética, al menos desde el siglo XIX. Una es la que se somete a la métrica tradicional, en la que los cuatro ritmos, el de cantidad, intensidad, tono y timbre, justifican la independencia y la esencia de la poesía como excitadora, no solo del pensamiento o la idea, sino del oído, porque entiende que la poesía no lo es sin música. Otra es el verso libre, es decir el que se inserta en renglones irregulares de la página, asemejándose a los versículos bíblicos, pero conteniendo otra clase de ritmos: de palabras e ideas, de estructura sintáctica, de imágenes… En definitiva, ritmo psicosemántico. Ya el verso blanco significó un avance hacia la libertad en la concepción del ritmo poético dentro del verso sometido a la recurrencia de timbre, la rima. Pero fue Walt Whitman el que enarboló la bandera de la libertad rítmica al afirmar “sé que mi órbita no podrá ser escrita con compás de artesano”. En “Hojas de hierba” escribiría el poeta americano, en forma de versículo: “Creo que la brizna de una hierba no es inferior a la jornada de los astros […] y que la articulación más pequeña de mi mano es un escarnio para todas las máquinas”.
La pugna se abre, se amplía incluso, con la dicotomía de si la obra estética ha de someterse a reglas ya consagradas por la preceptiva y aceptadas por la crítica a lo largo de la historia y, por tanto, los temas no han de ser nada más, y nada menos, que poéticos y ajustados a la música propia del verso, sin obligación de compromiso social alguno; o bien, la otra dimensión alternativa, la que reniega e, incluso, llega al extremo de maldecir, como Celaya “la poesía concebida como un lujo / cultural por los neutrales / que lavándose las manos se desentienden y se evaden”. Es decir, o el arte por el arte o el arte comprometido. Pero, sin extremismos en cuanto a los temas que han de ocupar al poeta, podemos afirmar que todo poema es una obra de arte comprometida. Ahora bien, nos tendremos que poner de acuerdo en qué entendemos por compromiso…estético, puesto que estamos hablando de arte y no de otra cosa.
En cuanto a la forma, quizás, el eslabón entre la métrica modernista y el verso libre lo trazó Juan Ramón Jiménez en el “Diario de un poeta recién casado”. Y Antonio Machado resolvería la controversia cuando nos dijo: verso libre, verso libre / líbrate mejor del verso / cuando te esclavice. Estos dos primeros versos de A. Machado pueden parecernos despectivos hacia el verso libre, pero la duda queda solucionada en los versos finales: no hay que ser esclavos de ninguna forma de poema.
Para Francisco Muñoz Soler la poesía es, ante todo, vida y vivir / es un ejercicio de actitud constante, tal como nos dice en el poema que inicia su SELECCIÓN NATURAL. Es esta la señal que da unidad al conjunto de poemas que conforman la Antología: sus ansias por vivir disfrutando de lo efímero, caminando constantemente para sentirme vivo, eco de aquel se hace camino al andar, de Antonio Machado…Incluso a sabiendas de que la línea divisoria entre la realidad y el deseo es un sueño, como nos dice en el poema dedicado a la memoria de Emily Dickinson (pero mientras aquí estemos, vivamos, vivamos de verdad).
Uno de los temas recurrentes de esta selección es el disfrute de lo efímero, al ser consciente de la fragilidad de la vida porque para él la poesía no tiene nada que ver con la temporalidad, pues todo es incierto. Escribir poesía es sentirse vivo, concebir la palabra poética como su propio Aleph borgiano, es decir, como el descubrimiento del punto donde confluyen todos los puntos del universo, “el lugar donde están sin confundirse, todos los lugares del orbe, vistos desde todos los ángulos”.
El tópico clásico tempus fugit, la brevedad de la vida, con alguna cita de Fray Luis de León, es tema insistente en esta selección. El poema “El imperceptible deterioro de los días / suave puñal seccionador de vida…” muestra claramente esta idea que subyace en otros poemas (Porque es breve, Certeza, La lenta huida de las horas, El imperceptible deterioro de los días…)
Y relacionado con este tema luisiano, la duda, que intenta esclarecerla de forma racional, como un estoico que “nutre su pensamiento”.
Otro de los temas es el amor, entendido a su manera: unas veces amor familiar (al hijo más bueno del mundo); otras, amor a alguna mujer probablemente más real que idílica cuando nos dice vivo en dos permanente (Sentirla como la siento). O bien, glosando a Antonio Gala, para decir con él que “el amor no es un paraíso”.
Las citas. El poeta Muñoz Soler encabeza muchos de los poemas con citas, que son alma que anuncian y alimentan el cuerpo de su creación poética. Así, se encadenan, junto a los clásicos como Filóstrato (distanciamiento incluso de sí mismo para ser mero observador), Eurípides o Teócrito, otros autores españoles de los siglos de oro, Fray Luis de León y Quevedo; pero también poetas de la modernidad, como W. Whitman (definición del amor; el amor como un sueño…), Vinicius de Moraes (disfrute de lo efímero); Jorge Luis Borges para el soporte de la idea de que los sueños nos mantienen vivos pues “todos llevamos una Alejandría dentro”; aquel Dámaso Alonso de Hijos de la ira y, como no, el surrealismo de Poeta en Nueva York, de Federico García Lorca, en los poemas Espectral danza de inclementes cuellos blancos y La Aurora.
Dijimos al principio que la poesía de Francisco Muñoz Soler se centra en su persona, en una continua reflexión sobre la razón de existir, la necesidad de continuar viviendo, amando la permanente incertidumbre, a pesar de sentirse muchas veces solo. Pero hay también en esta SELECCIÓN NATURAL compromiso con los más débiles. Está expresamente confesado en Una insaciable injusticia devora el mundo, que finaliza con una sentencia capaz de remover todas las conciencias: veintiséis mil niños mueren al día por causas evitables. El aislamiento y descubrimiento del poeta comprometido social y políticamente que le proporciona la personalidad y la obra literaria del poeta cubano Heberto Padilla.
La identificación de las vivencias al límite del poeta estadounidense Allen Ginsberg (New Jersey, 1926-1997), poeta modernista y romántico, rebelde hasta el Aullido (He visto a las mejores mentes de mi generación destruidas por la locura) es tanta en el poema que Muñoz Soler titula Ginsberg lo tenía claro, que prorrumpe con el mismo entusiasmo, la misma sinceridad y expresividad excesiva, cargadas de ironía, tal como nos lo expresa en la segunda estrofa: Id y meaos en las letrinas donde moran los pobres / esos que tienen lo que se merecen, feos, desgraciados / asociales vagos, sucios y descreídos que rezan si rezan / a un dios desleal con quienes protegen su reino / en esta tierra de héroes vencedores y patéticos villanos//.
El poeta malagueño Francisco Muñoz Soler es autor de una extensa obra poética muy conocida y valorada en España y en Hispanoamérica: desde Juventud primera, de 1980; Significación, de 1983; Elijo mi libertad, 1998; hasta Intentando conocer el mundo, 2000; Caminar para sentirme vivido, 2007; El sabor de las palabras, 2008, y los últimos poemas de 2009, La isla infinita y Restauración, de todas las cuales obras ha seleccionado él mismo los poemas que aparecen en esta SELECCIÓN NATURAL.
Si preguntáramos al poeta Muñoz Soler cuál es la utilidad de la poesía, para qué sirve, estamos seguros de que diría como hizo Borges en respuesta socrática: ¿y para qué sirven los amaneceres? Pero, sobre todo, nos daría su personalrespuesta, en metáfora muy acertada, con la que cierra esperanzadamente esta Antología: Esperamos lo que nuestro sentido común / no entiende ni acepta. / Rezo a Dios para que mi sentido común / sea un cubo de agua en el océano de la incomprensión.
Málaga, agosto de 2011
José Luis Pérez Fuillerat